Opinión - 28 de abril de 2020

¿Para qué sirven las crisis?

Escrito por Bertrand Piccard 10 min lectura

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En la increíble situación que el coronavirus nos hace pasar a todos, me gustaría ofrecerles un resumen del capítulo que había dedicado a la gestión de crisis en mi libro "Changer d'Altitude, quelques solutions pour mieux vivre sa vie".

Una forma de preguntarnos, cuando nuestro universo cambia, cuáles son los nuevos recursos que la crisis nos obliga a desarrollar. Y para ello, te propongo que te plantees estas cinco preguntas fundamentales, una tras otra, y que las respondas, a ser posible por escrito, una vez hayas terminado de leer este artículo:

  1. ¿A qué altura me encontraba antes y en qué dirección me empujaba?

  2. ¿Dónde estoy ahora y cuál es mi dirección? ¿De qué estoy sufriendo?

  3. ¿En qué dirección me gustaría que me llevara mi vida? O tal vez, pero la pregunta es un poco más difícil, ¿en qué dirección debería llevarme la vida? ¿Cuáles son las diferentes posibilidades?

  4. ¿A qué altura debo llegar para ello? En otras palabras, ¿cuáles son las herramientas, los recursos, de los que aún no dispongo y que debería adquirir gracias a esta crisis para que mi vida tome un mejor rumbo?

  5. ¿Qué lastre debo soltar? ¿De qué hábitos, creencias o percepciones debo deshacerme?

Las respuestas a estas preguntas nos mostrarán lo que esta situación puede enseñarnos, y lo que necesitamos para evolucionar, en nuestra relación con nosotros mismos y con los demás. Así podremos identificar las capacidades que nos faltan, y la crisis se convertirá en el detonante para adquirirlas.

Un poco de estrés es beneficioso

Todos construimos el mejor equilibrio posible en nuestra existencia a través de la búsqueda de puntos de referencia, la adquisición de convicciones, el establecimiento de hábitos. Eso nos permite mantenernos en pie, vivir a diario y funcionar dentro de los límites de las barreras de seguridad que hemos construido. Todo ha sucedido de forma gradual, natural, y no tenemos motivos para sospechar que haya otras formas de vivir y pensar.

¿Qué pasará ahora si un imprevisto ataca el sistema? ¿Se desmoronará todo? El sistema, sí, pero nosotros no necesariamente. Al principio, puede que incluso funcionemos mejor, gracias a un destello de conciencia, a un destello de lucidez. Sacados repentinamente del letargo en el que dormitamos, nos encontramos de pronto con todos nuestros sentidos en alerta, todas nuestras defensas listas para luchar. La conciencia de nosotros mismos y de nuestros recursos internos se estimula, al igual que nuestro rendimiento. Todos los estudios demuestran que un poco de estrés nos hace más eficaces.

¿Qué ocurrirá después si el momento de la ruptura supera en intensidad o duración lo que somos capaces de soportar?

Demasiado estrés puede hacernos volcar

Tras el momento de conciencia, nos encontramos ante el vacío, sin un punto de referencia. Habrá una disminución, incluso un colapso de nuestra capacidad de reacción, un colapso de nuestra actuación. Hemos superado la etapa de la ruptura para entrar de lleno en la crisis propiamente dicha. La crisis desborda nuestras defensas, nos empuja a salir de nuestros hábitos y nos corta inicialmente nuestros recursos internos. Las soluciones existen en otro nivel, pero aún no tenemos acceso a ellas. La mayoría de las veces, por cierto, ni siquiera las buscamos, porque nuestro objetivo será menos cambiar la situación que combatirla. Hemos perdido lo que apreciamos y estamos obsesionados con esta pérdida. Sufrimos y queremos oponernos a este sufrimiento a toda costa.

¿Hasta dónde llegará el descenso? Hasta que encontremos un nuevo punto de equilibrio.

Tres alternativas fundamentalmente diferentes:

  1. Quedarse ahí.

  2. Encontrar el equilibrio perdido anteriormente.

  3. Ganar competencia para volver a subir más que antes de la crisis.


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Quedarse en la crisis

De hecho, la crisis sólo existe realmente mientras nos resistamos a ella. Y durará mientras nos aferremos a los puntos de referencia que hemos perdido.

Luchamos por encontrar lo que amamos, por evitar la ruptura. No podemos aceptar que un nuevo trato se nos imponga para el resto de nuestra vida. Recuperar lo que la vida nos ha quitado, nuestro trabajo, nuestra salud, nuestros hábitos, nuestro sueño... Nos negamos a seguir viviendo de otra manera. Queremos volver atrás en el curso de este tiempo implacable que nos obliga a cambiar, a modificar nuestra existencia.

Siempre me han llamado la atención estos pacientes que vienen a mi consulta diciendo: "Mi vida está cambiando pero no quiero cambiar; he perdido lo que amaba, ¡ayúdame a encontrarlo, a volver a lo que tenía antes! ". En la mayoría de los casos, esto es imposible. Entonces, el paciente sufre aún más porque se aferra a lo que no quiere soltar, a su miedo a lo desconocido, a su rechazo de una vida diferente.

El trabajo terapéutico consiste en apoyar al paciente en una apertura progresiva a una capacidad de cambio, de cuestionamiento; a éste le corresponde descubrir, a lo largo de las sesiones, que toda su vida puede ser percibida como una gran aventura, cuyas crisis y desventuras, tanto como las esperanzas y los éxitos, nos obligan irremediablemente a aceptar otra relación con lo desconocido. Es nuestra única forma de evolucionar, siempre que, por supuesto, creamos que el ser humano es digno de evolucionar. Si consideramos que el hombre viene de la nada, que no va a ninguna parte y que la vida sólo sirve para soportar lo mejor posible los años que separan un nacimiento inútil de una muerte inexplicable, entonces lo que escribo aquí no tiene sentido.

Nuestra resistencia al cambio es tanto más comprensible cuanto que el equilibrio anterior nos satisface, pero debemos darnos cuenta de que es la actitud de rechazo la que refuerza nuestro sufrimiento. Esta compulsión por volver atrás es contraria al curso de las cosas. Es simplemente imposible.

¿Luchar?

Hay situaciones evidentes en las que tenemos que luchar para sobrevivir. Tenemos que protegernos a nosotros mismos y a nuestra familia. El fatalismo está fuera de lugar. Si podemos cambiar lo que se puede cambiar, no dudemos en hacerlo, pero para progresar, no para mantener el statu quo.

Y preguntémonos de todos modos si es así como seremos más felices... Porque muchas veces no está tan claro. Estamos demasiado inclinados a luchar por encontrar un pasado similar en lugar de construir un futuro mejor.

Encontrar un equilibrio superior

Después de la fase de colapso, echemos un vistazo a los paradigmas que subyacen a la situación perdida. Nuestros vínculos con esta situación; el lugar que ocupaba en nuestras vidas; la importancia que le damos y por qué; el significado social de esta pérdida, lo que se dirá de ella; lo que nos dijimos al conocer la noticia y la emoción subyacente.

En cualquier crisis, es importante ser conscientes de lo que estamos reteniendo.

Una vez entendido esto, analicemos lo que la ruptura ha desequilibrado o provocado

En este punto, démonos cuenta de que hay múltiples opciones ante nosotros, múltiples formas de reaccionar y de ver el futuro. Si sólo percibimos una, nos sentiremos atrapados en la situación en lugar de libres para reaccionar.

En un cuarto paso, ahora, abordemos la reconstrucción. Identifiquemos la habilidad que no teníamos antes y que nos permitirá remontar más alto que antes de la crisis, ganar en rendimiento, confianza o serenidad.

Apuntemos a la búsqueda de esta nueva herramienta, de este nuevo recurso, como la meta a alcanzar. Ya no te encontrarás a la deriva, sino trabajando en la construcción de algo nuevo. Dejas entonces el papel de víctima para convertirte en actor de la reconstrucción. La etimología de la palabra "crisis" nos anima en este sentido. Entre los antiguos griegos, la palabra "krisein" significaba la decisión. ¿No es reconfortante entender la crisis como una decisión que hay que tomar y no como un largo lamento?

El ejercicio esencial para ello es visualizarse como alguien diferente que ha adquirido una nueva cualidad, una habilidad, otro modo de relacionarse, una facultad, lo que crea en sí mismo un sentimiento positivo y le permite ver el futuro con confianza.

Sobre todo, no visualices nada viejo, pasado, perdido, sino algo nuevo; algo que aún no tenemos pero que podemos trabajar para adquirir. La gestión de la crisis consistirá en desarrollar u obtener activamente esta nueva cualidad, que nos impedirá sufrir pasivamente.

Lo principal es decirnos a nosotros mismos:

"Si estoy en esta situación, es que me faltaba algo, y voy a conseguir que funcione mejor ahora que antes de esta crisis".

Una crisis puede desbloquear situaciones bloqueadas

¿Cuál es el objetivo de este trabajo sobre uno mismo? Obtener un nuevo estado que no habría sido posible sin el momento de la ruptura. En resumen, una crisis puede desbloquear situaciones bloqueadas. Pone en movimiento al caminante complaciente o simplemente cansado, le obliga a avanzar en el camino de su evolución, a vislumbrar otras dimensiones de la existencia, a cambiar de altitud y a soltar el lastre.

La rutina nos duerme, la crisis nos despierta y energiza.

¿Te has dado cuenta de cómo los hábitos se vuelven imposibles de cambiar una vez que se han vuelto más rígidos en nuestra vida social, relacional, profesional y conyugal? ¿Cómo podemos cambiar algo sin que una crisis nos obligue a ello? Incluso en los pequeños detalles de la vida cotidiana.

Las rupturas y las crisis se convierten en oportunidades únicas en las que podremos cambiar algo en nuestra vida, en nuestros hábitos relacionales, en nuestra visión del mundo y de la vida. Introducen un desequilibrio que permite avanzar, como en la carrera. La caminata es estable, pero la carrera es una caída hacia adelante que se aprende a alcanzar para avanzar más rápido.

En este sentido, aprovechar cada crisis para cuestionarse es la mejor manera de evitar otras mayores. Lo mismo ocurre con los terremotos. Las regiones en las que hay más microseísmos son aquellas en las que hay menos grandes terremotos. Cuando las placas tectónicas no se deslizan libremente unas sobre otras es cuando se acumulan las tensiones y el riesgo de catástrofe es mayor.

Así pues, irás con la crisis, para transformarte. Habrá un objetivo claro al que dirigir tu energía: ¡adquirir la herramienta que te falta y que te permitirá funcionar mejor! Descubre la oportunidad que te ofrece la nueva situación y que el pasado no te permitió.

A veces parece que los mejores regalos de la vida se nos dan en un envoltorio tan horrible que no queremos abrirlos a la primera. La gestión de la crisis consiste precisamente en desentrañar esos horribles trucos para descubrir lo que contiene el paquete. A veces hay grandes recompensas, a veces también drama y sufrimiento, para los que luego tendremos que buscar soluciones.

A primera vista, pensamos en un desastre más que en una oportunidad... Nuestra primera reacción, la que nos mantendrá en el dolor, será reescribir su origen, en lugar de ver qué podemos hacer con él.

Si a pesar de todo accedemos a abrir el paquete, sustituiremos la insistente pero inútil cuestión de una causa por la búsqueda de un sentido. Es como si de repente dejáramos de arrodillarnos frente a una planta, estudiando su raíz, para ponernos de pie y descubrir el tipo de flor que florecerá.

Todo esto es, por supuesto, para cada uno de nosotros individualmente, pero creo que lo mismo podría decirse de las crisis sociales, políticas o humanitarias. También hay lecciones que aprender para las comunidades, las sociedades, los gobiernos.

En cuanto a los grandes dramas de la historia, también muestran cómo surgen las oportunidades. Pensemos en la situación del Tíbet. Nunca el budismo habría experimentado tal desarrollo, nunca sus valores espirituales habrían sido compartidos por tantos seguidores en Occidente, si el Dalai Lama no hubiera empezado a viajar por el mundo para llamar la atención sobre el destino de su país.

A nivel mundial, hoy se trata de encontrar nuevas soluciones, de poner en marcha nuevas reglas para salir de nuestra sociedad del despilfarro, la contaminación, la globalización y la desigualdad. Después de años de deslocalización de la producción de productos de primera necesidad para obtener beneficios a corto plazo, creando tantas interdependencias que un pequeño virus podría extenderse como un reguero de pólvora y destrozar nuestras economías en cuestión de semanas. ¿Podríamos salir de esta crisis con más respeto, sentido de la medida, razón y visión a largo plazo?

¿Aceptar el sufrimiento?

Pero también hay crisis que no tienen razón ni explicación y que todos los recursos del mundo no habrían podido evitar. Algunos accidentes por fatalidad, la muerte de un ser querido, una enfermedad genética... Pero eso no significa que no podamos aprender de ello. El intento desesperado de volver al equilibrio original, cuando éste no es posible, es la estrategia que más nos hará sufrir. A pesar de ello, es a la que solemos recurrir casi sistemáticamente. El miedo a sufrir nos hará sufrir aún más. El rechazo a una situación irremediable dirigirá nuestra energía hacia un objetivo inalcanzable y reforzará nuestra desesperación. Esto es lo que ocurre en los duelos patológicos, las depresiones reactivas, en las que una ruptura en nuestra forma de vida genera un colapso personal. La tristeza es normal, la depresión es patológica. El sufrimiento es inherente a la existencia, el miedo y el rechazo a este sufrimiento lo amplifican.

Es esencial aceptar el sufrimiento cuando no se puede evitar. ¿Qué es peor que el sufrimiento? El miedo al sufrimiento. Atravesar el dolor en lugar de vadearlo, ahogarse en él. Lo que dejamos de combatir o resistir siempre ocupará menos espacio en nuestra vida que lo contrario. Por eso el recurso más importante a desarrollar en estos casos es la aceptación. La aceptación de que la situación es irreversible, irremediable, es una herramienta que nos abre las puertas al futuro, mientras que la rumiación nos encierra en el pasado.

Las situaciones que no podemos cambiar tienen el poder de hacernos cambiar. Por eso, las grandes crisis deberían poder conducir a un cambio de altitud filosófica o espiritual.

Acompañemos, pues, al sufrimiento dándole el lugar que requiere. Sólo así podrá disminuir. Yo añadiría: acompañémoslo... Pero en el momento presente. En efecto, es necesario evitar a toda costa una proyección de este sufrimiento presente en el futuro, donde correría el riesgo de cristalizarse, de volverse permanente. Si el presente duele, el futuro no debe asociarse a este dolor. Los chinos lo dicen bien:

No puedes evitar que los pájaros de la fatalidad vuelen, pero puedes evitar que aniden en tu pelo.

Se dice que hay que "dejar que el tiempo siga su curso" para curar las heridas, que con el tiempo la intensidad de los recuerdos disminuirá, pero esto no es suficiente. Sin duda, esto restablecerá un nivel de equilibrio comparable al anterior, aunque los elementos sean diferentes. Pero, ¿cómo se llamará la zona (z) del diagrama que separa la ruptura del nuevo equilibrio? ¡Sufrimiento inútil! Inútil porque nos encontramos en el mismo nivel que antes sin haber progresado.

Así que, al menos, intentemos que nuestro sufrimiento sea útil y nos obligue a cambiar de altitud para el resto de nuestra vida.

Entonces puede surgir la cuestión del sentido de nuestra vida y de los valores que queremos privilegiar. Esto nos obligará a salir de nuestros hábitos, a ver algo distinto de lo que siempre hemos conocido, a tirar nuestras muletas y a quitarnos las anteojeras. Si una fatalidad esquiva nos lleva a esta conciencia, ya nos habrá traído algo distinto al sufrimiento innecesario.

Escrito por Bertrand Piccard en 28 de abril de 2020

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