Opinión - 23 de noviembre de 2022

No es mi COP de té

Escrito por Bertrand Piccard 4 min lectura

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Viendo la resolución final firmada este fin de semana por los países presentes en Sharm el Sheikh, y a la luz de lo ocurrido en Glasgow el año pasado, me pregunto si no es mejor un fracaso real que un falso éxito. Intentar a pesar de las apariencias presentar una conferencia sobre el clima como un éxito no es más que un incentivo directo para valorar la mediocridad.

El año pasado, India y China exigieron en el último minuto que las palabras "salir del carbón" se sustituyeran en el texto final por "reducir el carbón". El presidente de la COP 26 aceptó, entre lágrimas, para no privar al Reino Unido del éxito político con el que soñaba. Habríamos esperado que tuviera el valor de rechazar esta capitulación y declarar oficialmente un fracaso. ¡Qué choque eléctrico habría sido para el mundo! Una llamada a la ambición real, que llevaría a la opinión pública a ser testigo. Los organizadores de las conferencias posteriores nunca más se habrían atrevido a dar por sentado el éxito. Pero ahora podemos sospechar que cada vez es peor, ya que las partes implicadas comprenden que sólo se espera de ellas lo mínimo. Así es como entiendo la falta de ambición de la COP 27 y como temo pensar en la 28.

Tras un año más viendo cómo se desvanecen los efectos del calentamiento global, los 196 países representados en Sharm El-Sheikh no han conseguido lo esencial: modificar el acuerdo de Glasgow en cuanto a medidas para combatir el cambio climático y reducir los combustibles fósiles. Estos últimos salen ahora casi reforzados, cuando el objetivo era precisamente asumir nuevos compromisos para reducirlos. Ningún avance tampoco sobre las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC) que, sin embargo, son esenciales a nivel operativo.

Nos quedamos con la formulación de Glasgow: "acelerar los esfuerzos para la eliminación progresiva de las centrales eléctricas de carbón sin captura de CO2 y de las subvenciones a los combustibles fósiles ineficientes". India ha propuesto esta vez añadir el petróleo y el gas, ampliamente utilizados en los países desarrollados, al carbón utilizado en los países en desarrollo, para restablecer cierto equilibrio a su favor. Los países ricos deberían haber puesto de su parte. Sin éxito. Los productores de petróleo y gas, que se confabulan contra el carbón para ganar cuota de mercado, han conseguido evitar ser penalizados.

Ahora lo hemos visto todo. Algunos incluso han atacado el límite del calentamiento en 1,5° para llevarlo a 2°, a fin de poder reducir sus ambiciones. Apoyado a 15.000 km de distancia por los países del G20, el límite de 1,5° ha sobrevivido a pesar de todo, pero el riesgo de superarlo en la realidad aumenta cada día. Según el último informe del IPCC, las emisiones mundiales tendrían que disminuir de aquí a 2025 para tener posibilidades de cumplirlo. El acuerdo de Sharm el Sheikh está lejos de contribuir a ello. A los países que no se ajustan a esta trayectoria se les invita simplemente con suavidad a reducir sus emisiones de aquí a finales de 2023. Las proyecciones nos llevan actualmente a un recalentamiento de 2,8° y está claro que la COP 27 no ha hecho nada para que lo protejamos.

Para ocultar el fracaso en materia de reducción de emisiones, se habla de un éxito histórico en términos de reparación de los daños causados a los países vulnerables por los países industrializados. Con una contribución insignificante a las emisiones de carbono en comparación con los países ricos, las naciones del Sur, las que sufren más violentamente el impacto del cambio climático, llevan treinta años exigiendo que se haga justicia climática. Una promesa de compensación de 100.000 millones de dólares al año ha estado rondando durante varias COP sin que nadie le haya visto el color. Esta vez, los países vulnerables presionaron con fuerza, negándose desde el principio de la conferencia a votar un orden del día que no incluyera este tema. Tras encarnizadas negociaciones, se decidió la creación de un fondo para pérdidas y daños, aunque sigue siendo más una declaración de intenciones que un plan de acción. No deja de ser un símbolo fuerte porque reconoce por primera vez la necesidad de ayudar financieramente a los países más vulnerables a hacer frente a los daños irreversibles del calentamiento global. Incluso eso pendía de un hilo, ¡ya que China quería contarse entre los países vulnerables al convertirse en la segunda economía mundial!

¿Qué habría que cambiar en el sistema de COP para que fueran más eficaces? Dejar de centrarse únicamente en los problemas que parecen imposibles de resolver sin penalizar el desarrollo económico de los participantes y, en su lugar, poner sobre la mesa todas las soluciones disponibles. Los debates podrían centrarse entonces en la elección de las mejores soluciones en función del país, y en las inversiones rentables que generarían. ¿No es más atractivo?

Publicado por primera vez en La Tribune y Le Temps

Escrito por Bertrand Piccard en 23 de noviembre de 2022

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